
Para comenzar, el término “Autismo” que proviene del griego y significa “sí mismo”, fue tomado por Kanner del término planteado por Bleuler originalmente, siendo este último en 1911 quien lo utiliza para referirse a los pacientes con esquizofrenia que tendían a retirarse del mundo social para sumergirse en sí mismos a las fantasías de sus pensamientos (Frith, 1999). Kanner toma el término para referirse a la incapacidad para establecer relaciones sociales, diferenciándose del concepto de Bleuler por que consideraba que las personas con autismo tenían una deficiente imaginación (Riviére, 1997).
Actualmente, se sabe que el autismo ocurre en cualquier familia, de cualquier cultura, nivel socioeconómico y etnia, más allá de los patrones de apego y formación vincular.
Asimismo, es necesaria la realización de un diagnóstico para detectar si algunas personas padecen este trastorno, para luego llevar a cabo una intervención.
En cuanto a los menores, es esencial una intervención temprana para potenciar al máximo las capacidades de desarrollo personal y social del niño y la oportuna guía y orientación a sus familiares y educadores. Sin embargo, tanto el autismo como los demás trastornos generalizados del desarrollo, el diagnóstico e intervención temprana es sumamente difícil. Son pocos los niños que se cree que tienen autismo o síntomas parecidos, y que son derivados a los profesionales o centros especializados antes de los dos o tres años de edad, perdiendo un tiempo importante para la implementación de un programa integral de atención (Charman, Baird, 2002, Mendizábal, 1996).
Varios autores como Charman, Baird, Mendizábal, Allen y Gilberg y Baron-Cohen realizaron varios estudios de diagnóstico temprano y se observó que, los síntomas del autismo aparecen antes de los tres años pero es difícil descubrirlos durante el primer año de vida, viéndose más factible percibirlos durante el segundo año.
También, se debería hacer un estudio continuo que detecte tanto los casos ya con problemas durante el primer año, como los que desarrollan bruscamente los síntomas después del primer año entre los 12 y 18 meses, cuya última edad es más posible diagnosticar a través de las observaciones de los padres y educadores al evaluar los aspectos sociales del desarrollo.
Para llevar a cabo una buena intervención, es importante tener en cuenta las características básicas que comparten las intervenciones con mayor eficacia en los casos de Autismo, y son las siguientes:
Involucración de los padres.
Enfoque comunitario
Intervención temprana e intensiva.
Asimismo, antes de intervenir es necesario analizar los recursos y déficit de cada área del desarrollo del niño/a afectada para planificar los objetivos y estrategias de intervención óptimas, analizar la dinámica familiar (número de hijos, recursos intelectuales, emocionales y económicos, contexto escolar, etc) a la hora de planificar de manera personalizada la intervención de cada caso y planificar una intervención basado en un enfoque globalizado.
También es importante desarrollar unas técnicas de intervención como son realizar un horario personalizado; establecer un lenguaje claro y conciso; recompensar y premiar, para que los niños aumenten las habilidades de lenguaje; desarrollo de juegos; desglosar los aprendizajes en partes más pequeñas para facilitar la tarea y técnicas conductuales para el manejo de conducta.
Además de estas intervenciones, es necesario recordar en todo momento los siguientes aspectos:
- Cualquier ayuda visual/escrita es de gran utilidad, como por ejemplo las normas.
- Proporcionar guías escritas, claras y marcando paso a paso el trabajo que se le propone, como por ejemplo las responsabilidades que ellos tienen, la realización de actividades, etc.
- Limitar opciones porque demasiadas a escoger, generan habitualmente confusión y ansiedad.
- Proporcionar un espacio y un tiempo de descanso.
- Proporcionar una persona punto de referencia para el niño/a, a quien puede acudir en caso de dudas o problemas y que le ayudará.
Desarrollar una enseñanza, adaptada en nivel y formato a la capacidad del niño/a.
- Mantener el sentido del humor.
- No tomar como una agresión personal las dificultades de comportamiento del niño/a.
- Establecer un trabajo en equipo para repartir responsabilidades.
- Los diferentes sistemas alternativos y la metodología que utilizamos varían en cuanto al grado de dificultad cognitiva que suponen a cada niño- a , por lo que la comprensión y utilización de los mismos es progresiva y varía en función del momento evolutivo de cada persona.
Para concluir, a pesar de sus significativas dificultades en el área de la comunicación, muchas personas autistas pueden comunicarse con los demás, siempre y cuando sean personas con las que tienen confianza y mantienen una continua comunicación. Tal acercamiento les facilita el desarrollo de los niños, tanto social como personal y pueden llegar a incorporarse en la sociedad. Esta integración puede facilitarse gracias a la ayuda y apoyo de la familia, profesionales como educadores sociales y psicólogos, etc. Por ello, en un futuro me gustaría conocer de cerca a este colectivo, y el de Síndrome de Down, ya que son muy parecidos y me motiva conocer las funciones y actividades educativas que se desarrollan con ambos colectivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario