Benito Artal nació en una familia de pastores en Teruel. Cuando acabó el servicio militar se puso a trabajar en la Tudor, "la de las pilas". Pero aquello duró hasta que "circunstancias de la vida" le llevaron a la cárcel. Y no por un delito menor, precisamente: pagó 20 años de prisión. Entró en 1978 y cuando salió no le esperaba más que la calle. Buscó trabajo en la construcción, pero todos sabían que había estado entre rejas. Tiene un hermano del que no quiere saber nada (o quizá al revés) y hubo una novia que desapareció mientras él estaba encerrado. Hoy ha ido a comer al Albergue Municipal de Zaragoza y quizá aparezca de nuevo para dormir, pero eso no es más que una posibilidad. En su caso es difícil determinar si fue la pobreza la que le llevó a la exclusión o la exclusión social la que le dejó en la calle para siempre. La trabajadora social que lleva su caso lamenta una circunstancia que estos días está en el candelero: el empadronamiento. Para que Benito Artal cobre un subsidio social necesita un año de empadronamiento, pero eso ya será imposible porque en 2010 cumple 65 años y pierde el derecho a esa prestación. Le queda entonces la pensión no contributiva, pero las condiciones son aún más restrictivas para eso: se precisa una decena de años empadronado en algún sitio y dos años más consecutivos empadronado antes de cobrar. "¿Cómo cumplimos ese requisito administrativo?", se rebela la trabajadora social. Las leyes que son básicas para el común de las personas se vuelven kafkaianas con los excluidos.
Así que Benito, con las piernas débiles, "como si estuviera borracho", pasea las calles de Zaragoza en un ir y venir sin mucho rumbo. No pide dinero, pero le dan y se lo gasta en alimentos para poder sobrevivir.
Ante la situación de Benito, la trabajadora social tiene que intervenir mediante un análisis del contexto en general, desarrollar unas estrategias y alternativas, para que este hombre se inserte y conviva sin ninguna dificultad en la sociedad.
Como Trabajadores y Educadores Sociales, tenemos esa responsabilidad de suscitar una implicación de la población a la hora de solucionar problemas y desigualdades.
Las mediciones actuales de pobreza, tanto cuantitativa como cualitativa, suponen una medición de valor por parte de los gobiernos, monarquías o partidos políticos predominantes, siendo por tanto algo muy subjetivo. Por tanto, se puede afirmar que las mediciones de pobreza se encuentran altamente sugestionadas por el poder o por los sectores favorecidos, que son quiénes las suelen hacen, quedando consecuentemente “al gusto” de estos y actuándose cuando se cree necesario. En este sentido me gustaría señalar una afirmación realizada por Amartya Sen diciendo que “la pobreza es un problema en la medida en que los bajos ingresos crean problemas para quienes no son pobres”.
Los diferentes cambios en nuestra sociedad determinan los tipos de pobreza y exclusión social existentes, demostrándose que de una manera u otra, todos estamos involucrados, ya que pertenecemos al sistema y, es más, lo conformamos como tal; con las consecuencias que ello lleve. Además tenemos que meditar el hecho de que todos podemos caer en la pobreza o exclusión social aunque nos creamos muy seguros de nuestra posición económica y social, por lo que tenemos que ser más solidarios con las demás personas y pensar que no están en esa situación porque quieren sino porque han salido peor parados en el reparto de la riqueza.
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